Lo primero que hace el profesor Ramiro Vélez Rivera cuando recibe un curso es pedirles a los estudiantes que se presenten “en voz alta y clara”. A partir de ese momento, cuando alguien medio murmura o pide la palabra, él, con nombre propio, concede la participación y dirige la mirada al lugar de donde proviene el sonido.
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Toca el tablero con ambas manos y escribe, con letra encorvada pero legible, el tema del día. Inicia la presentación de las diapositivas a través de un proyector. Un estudiante le indica el número de la presentación y empieza a explicar el contenido. Mientras habla, pasea sus ojos por el auditorio.
Vélez es catedrático de tres universidades paisas, tiene una maestría en Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia, hace parte del Grupo de Estudios en Ciencia Política de la Universidad Nacional, sede Medellín, y está a un par de meses de obtener el título de doctor en Ciencias Sociales de esta última, el más alto grado académico alcanzado en Colombia por un invidente.
Luis Fernando Muñoz, estudiante de la maestría en Gobierno de la Universidad de Medellín, confiesa que en la primera clase con el profesor Vélez dudó un poco de la metodología que iba a utilizar, pero que luego de una hora estaba impresionado por su estilo y por la profundidad académica.
“El profesor en sí mismo inspira, por su capacidad de superación, pero a la vez hace que uno asuma retos”, dice Muñoz.
Accidente a los 26 años
El accidente de tránsito que sufrió cuando tenía 26 años y que apagó su visión para siempre, cuando apenas empezaba a ejercer su licenciatura en Educación –dice Vélez–, no oscureció su convicción de continuar con lo que ya había pactado con la vida misma: su amor por la academia y la investigación.
A los lugares que no conoce llega en compañía de Kalú, una labradora con la que hizo hace varios años un pacto de hermandad en la Fundación Colombiana para el Perro Guía, ubicada en Chía (Cundinamarca). Este lazarillo espera paciente que su amo imparta cátedra y luego lo acompaña hasta el transporte público.
Para evitar que sus pupilos lo llamen ‘escuelero’, antes de iniciar su ponencia saluda a cada uno por el nombre y de esa manera se da cuenta de quién está presente.
“A veces parece que pudiera ver, porque cuando alguien está distraído con algún objeto o chequea el celular, justo le dirige una pregunta. Él seguro imagina que quien no está participando en clase no está lo suficientemente concentrado”, dice Cindy Niño, una de sus alumnas, que también destaca que al profesor, más que la nota, le interesan los proyectos de cada uno y que aprendan algo para la vida.
Cuando cae la noche, alguien le hace caer en cuenta de que está oscuro y él da un giro, enciende la luz y bromea: “Como yo tengo visión nocturna, ni me entero”.
Vélez lee los trabajos de clase y escribe a través de un software llamado Jaws. Gracias a este sistema, ha publicado decenas de artículos en revistas académicas y siempre los lleva en una USB y los comparte a menudo.
A la hora de evaluar, afirma que confía “ciegamente” en la honestidad de los alumnos, pero en los pregrados le asignan un docente para que lo acompañe.
“Es mucha la generosidad de los estudiante para compartir conmigo la actitud de aprendizaje”, agrega.
A sus 47 años, dice que ya no es soltero sino “solterón” y reconoce que su familia es fundamental en todo el proceso de superación.
“Solo tengo una habilidad propia de la inteligencia humana, que se descubre en momentos fundamentales, pero que siempre nos acompaña”, afirma Vélez, que por estos días avanza en su tesis doctoral sobre políticas públicas, con la que espera clarificar su visión sobre la sociedad.