Se trata del artista plástico ciego más importante de nuestro país; "La Novia Loca" se exhibe en la Galería Espacio Alternativo del Centro Nacional de las Artes.
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“Yo tengo quince años de trayectoria, soy artista plástico, me llamo Pedro Miranda y no soy ciego”.
En el Centro Nacional de las Artes sólo estamos él, la Novia Loca y yo. A unos metros de ahí un amigo suyo sostiene el bastón metálico color rojo con el que Pedro se abre paso ante la vida y mis preguntas.
Sorprendentemente este fotógrafo invidente rompe el esquema: no lleva gafas negras, traje oscuro, zapatos de vestir y ni remotamente es tímido. No. Pedro viste pantalón de moda color guinda, mocasines de igual tono, playera negra con una cobra al frente, saco estampado con manchas de leopardo, corte de mohicano, algunos rizos morados y aretes que hacen juego. Con franqueza me dice que le caigo bien y le creo porque se confiesa “el término ciego se contrapuntea conmigo, en Oaxaca -mi tierra- no me consideran así; incluso mis amigos dudan que lo sea. Allá me conocen más por mi trabajo pero también porque soy un hijo de la chingada”.
Hasta los doce años él veía perfectamente el mundo y a su madre embarazada, pese a la miopía que lo acompañaba; de alguna manera se acostumbró al aumento de graduación en sus lentes aunque a los trece comenzó a desarrollar debilidad visual severa, misma que a los pocos años se convirtió en una neuropatía óptica irremediable. Los médicos de Salina Cruz sabían más de las causas de esta enfermedad que del tratamiento; las probables razones fueron herencia judía, una infección mal tratada o un golpe fuerte; y Pedro tenía las tres.
Entonces, narra, hizo un movimiento que califica como inteligente. “Decido, no sé si de manera tonta, aprender a ser ciego antes de serlo en verdad; con la esperanza de que la ceguera no me envolviera a mí sino que yo pudiera dominarla antes que llegara a mi vida” explica. Aunque aún veía bultos y sombras Pedro aprendió a desplazarse con bastón, leer braille así como usar el ábaco; por eso no recuerda con exactitud el momento real en que perdió la vista. Con desenfado me cuenta un secreto “siempre que me preguntan en las entrevistas cuándo ocurrió les digo que a los diecisiete; pero la verdad lo hago para salir del paso”.
Desnudos artísticos
Miranda conoció artistas, creadores emergentes y alumnos con trayectoria en el arte durante su trabajo en la biblioteca Jorge Luis Borges. Dice que con el tiempo se hizo amigo de muchos de ellos quienes después le ofrecieron convertirse en modelo de algunas de sus obras; quizás les llamó la atención su vestimenta de aquel entonces basada en textiles indígenas tradicionales, cargados de flores, colores, bordados en algodones y sedas de Chiapas, Yucatán, Oaxaca. Sin embargo Pedro recuerda que lo más llamativo era su cabello negro, rizado y largo a la altura de las nalgas; ese que modeló en los foto desnudos para los que posó pues le decían que se veía espectacular.
Después eligió estar del otro lado y comenzó su educación artística en fotografía, escultura, cerámica prehispánica y japonesa; ikebana, litografía y grabado. “En estos talleres comienzas directo con el material, todo es práctica, no tuve que usar braille ni apoyarme en grabadora para las clases” me explica. Le advierto entonces de la obviedad de la siguiente pregunta, aunque comprende la necesidad de hacerla.
- ¿Con qué ves cuando trabajas? ¿Cuáles son tus ojos?
- Por segundos calla y se repite la pregunta a sí mismo, para responder:
- En cuestión de fotografía yo siempre digo que no soy fotógrafo ciego. ¿Cómo lo hace un ciego? ¡Quién sabe! Yo lo hago como cualquier fotógrafo pues evidentemente conozco el espacio donde trabajo ¿En qué momento disparo? ¡Pues en el momento que yo quiero! ¡Aunque suene idiota! Todo artista dispara la cámara cuando quiere. En mi caso es cuando hay una emoción porque antes de ser fotógrafo soy un ser humano con necesidad de comunicar.
La Novia loca
Ésta es su primera exposición individual en la Ciudad de México y Pedro trabajó en ella durante once años. Se conforma de doce fotografías en blanco y negro seccionadas y recompuestas como un textil de bastidor. Cada imagen narra la leyenda oaxaqueña de San Raymundo Jalpan que a la letra dice “luego de que un sismo derrumbara completamente la Iglesia del lugar el día de su boda, todas las noches se observa la figura de una mujer vestida de novia que aparece para buscar al amor de su vida entre los escombros abandonados”.
Antes de realizar la sesión fotográfíca, Miranda conoció el lugar y lo recorrió en diferentes momentos para saber dónde se encontraba cada piedra, los muros, la Iglesia, los panales de avispas… Mantener comunicación constante con la modelo -quien es también su amiga-, le facilitó saber en qué momento debía disparar. “Me guío por el oído y la palabra, para hacer el click siento y platico con la modelo; estábamos en un ambiente muy relajado, los dos solos, en una iglesia, rodeados de terrenos de milpas. Fue muy íntimo” detalla el artista.
Cada fotografía mide metro y medio de largo por metro de ancho; debió ser cortada en líneas horizontales de un centímetro de ancho que después Pedro entre tejió con hilo como si estuviera en un telar. “Por eso afirmo que La novia loca es una exposición que no esta hecha por un ciego porque luego la gente dice ¡ay qué bonito! ¡Lo hizo un ciego, lo voy a invitar a mi casa para que aprenda a trabajar con fomy!” dice en tono burlón.
Pedro mueve con insistencia su pierna derecha, luego la izquierda, de nuevo la derecha… Dice que en realidad es un treintañero muy nervioso, ansioso, obsesivo. Y jura que en su trabajo ésta última está presente; me enlista las razones: 150 líneas por cada foto, 300 hilos para unirla, es necesario entonces tejer lento. ¿Lo hizo solo? No, la verdad es que siempre recibe ayuda de sus amigos que constantemente lo visitan en su casa y -por decirlo de alguna manera- lo guían u opinan sobre su trabajo. El problema es que Pedro se percató de que esas opiniones terminaban por convertirse en instrucciones. Con gracia y muchas risas, el artista narra que siempre le corregían “está chueco, está mal, le falta aquí, le sobra allá”. ¿Solución? Pedro enumeró en orden progresivo y a su modo las líneas de cada foto; así cuando sus amigos llegaban a verlo y le hacían cualquier comentario él les respondía “¡mira! ¡ve los números y deja de estarme jodiendo!”. Sólo así, dice, pudo sacudirse de la histeria del resto del mundo.
Esta experiencia, subraya, le permitió entender que en su trabajo ver es equivalente a una discapacidad pues asegura que hay muchas técnicas artísticas en las que la visión pasa a segundo término.
Los próximos proyectos de Pedro Miranda son fotografía análoga y esculturas hechas con cristal.
“Me siento como cualquier artista y para las personas que son fotógrafos ciegos, no deberían poner su discapacidad dentro del título profesional. ¡No es extraordinario ser fotógrafo ciego! Quienes lo piensan así deberían reconsiderar que este trabajo se hace en la oscuridad, entonces yo no le veo lo extraordinario”.